El consultante y la herencia de su abuela


Un consultante me preguntó alguna vez si iba a poder solucionar un problema familiar relacionado con una herencia, en específico se peleaban, literal, la casa de su abuela donde él estaba viviendo. 

Las cartas de respuestas fueron El caballero de oros, La muerte y El sol. Le dije que le iban a hacer una propuesta económica y que la única forma de resolver el asunto era que la aceptara. Lo anterior lo iba a llevar a experimentar un cambio complicado: debía cambiar de actitud, además se le exigiría un desprendimiento —seguramente debía desprenderse de algún o algunos bienes materiales— pero al final, iba a traerle la plenitud. 

Resultó que uno de los involucrados en la herencia le hizo una propuesta monetaria, le compraría su parte de la casa pero al aceptar, el consultante debía salirse de la casa. Hubo un poco de resistencia de su parte pero terminó aceptando.

Había muchos recuerdos y mucha aprensión por parte del consultante ya que esa casa no sólo le recordaba su infancia, sino que ahí había pasado los últimos días con su madre, quien a su vez había cuidado a su abuela en los años finales. Así pues, él sentía que si alguien se merecía esa casa no eran sus tíos o algún otro miembro de la familia, sino él. Esta situación había generado diversos conflictos con sus familiares y todo parecía indicar que habría pleito legal en puerta.

Con el dinero dio el enganche para otro lugar, sus relaciones familiares se restablecieron y el se siente mucho mejor de tener un espacio propio. El consultante se dio cuenta de que, entre otras cosas la casa de su abuela “estaba cargada de recuerdos que no le dejaban disfrutar lo que tenía”; recuerdos de una vida que se había ido y que ya no volvería. Él se esta aferrando a eso y se comportaba con sus parientes como si quisieran arrebatarle una pieza de su vida.

El consultante comprendió que debía dejar que cada quien tuviera lo que le corresponde y que él debía seguir adelante con su vida.  

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